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A los tigres pregunta por el hermoso Nala, y los tigres la miran dulcemente sin responderle.
Pregunta a los ascetas de la Montaña Sagrada, y los ascetas le responden con palabras
de luz:
–Sigue tu camino, bella Damayanti. Sufre y espera. Tú volverás a ver a Nala en toda su
gloria. El reinará muchos años sobre la alegría de los pueblos, castigará a los malvados y
subirá en su fuerte brazo a los honrados. Y los dioses os bendecirán. Sufre y espera, ¡oh
Damayanti!
Y Damayanti sigue su camino. Unos
mercaderes
la recogen compadecidos de sus ojos de
gacela
y su belleza castigada de sol. Lleva la caravana gigantescos elefantes ricamente
enjaezados
y se dirige al reino feliz de los Chedis.
En un campo verde
acampan, junto
a un lago forecido de lotos. Pero a media noche un rebaño de eleFantes salvajes viene
al lago, y al ver a sus hermanos los elefantes de la caravana convertidos en esclavos los
atacan con rabia y aplastan a los mercaderes.
Así la bella Damayanti, mientras no llegue la hora del perdón, llevará la desgracia
dondequiera que vaya.
Nala ha seguido su peregrinación, dura y terrible, igual que Damayanti. Largos días y largas
noches ha caminado también, y se alimenta de frutas silvestres y raíces, bebiendo sus
lágrimas. Un día llega a un bosque donde
crepita
un gran incendio. De entre las llamas oye
salir una voz:
–¿Oh, gran Nala, sálvame, por amor de los dioses!
Nala se mete entre las llamas sin vacilar y salva de la muerte al desdichado. Era un Naga,
un duende travieso, encantado en el bosque por la maldición de un asceta al que había
interrumpido en sus meditaciones.
–Gracias, gran rey –dijo el Naga–. Tu valor me ha salvado. En
prenda
de gratitud voy a
revelarte el porvenir. Aún sufrirás algún tiempo, ¡oh, Nala!, porque la maldición de un dios
te persigue. Pero tus penas alcanzarán su n; volverás a ver a Damayanti y a tus hijos, y
tu reino te será devuelto. Ahora escúchame y obedece: da veinte pasos hacia el río y cava
allí un hoyo.
Nala obedeció. Cavó el hoyo y halló un manto rojo de tela grosera.
–Cúbrete con ese manto y mírate en el río.
Al mirarse en el río, Nala dio un grito de espanto. Su rostro estaba cambiado y era de una
horrenda fealdad.
–Así irás por el mundo –agregó el Naga–, sin que nadie te pueda reconocer. Serás el más
Feo de los hombres y desempeñarás, ¡oh rey!, los o cios más humildes. Vete al palacio del
rey Rituparna y trabaja allí en los establos, sin acordarte de tu grandeza. No descubras a
nadie tu nombre ni tu patria. Cuando encuentres de nuevo a Damayanti serás perdonado.
Arroja entonces ese manto rojo y volverás a aparecer en todo tu esplendor.
Después,
como la bruma de la mañana, el Naga desapareció…
Casona, A. (1991).
Flor de leyendas
. México: Fernández Editores.
212
B
loque
IV
Reconoces y demuestras las diferencias entre el
mito y la leyenda