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B
loque
I
Identificas los tipos de reproducción celular y de los
organismos, y su relación con el avance científico
El título no parece muy emocionante, pero hizo que sus autores recibieran, nueve años
después, el premio Nobel de fisiología y medicina. El artículo fue la culminación del
trabajo de muchas personas durante varios años. Puede considerarse que con su publi-
cación se inició la era de la genética moderna. Y cuando decimos “genética moderna”
nos referimos a la genética molecular: a partir del artículo de Crick y Watson pudo en-
tenderse cómo estaban hechas las moléculas de la herencia.
Armando el rompecabezas de la vida
Watson y Crick partieron del muy sensato principio de que para entender cómo funcio-
na algo, primero hay que saber cómo está hecho. Por ello, decidieron concentrarse en
averiguar la estructura molecular del ADN.
En 1951, cuando comenzaron a investigarlo, ya se conocía algo sobre la estructura de la
intrigante molécula. Se sabía, por ejemplo, que contenía carbono, hidrógeno, oxígeno,
nitrógeno y fósforo. También se sabía que está formada por largas cadenas de unidades
llamadas nucleótidos. La columna vertebral de la molécula está formada por fósforo (en
forma de grupos fosfato) y el azúcar desoxirribosa. De esta columna sobresalen las lla-
madas bases púricas (adenina y guanina) y pirimídicas (timina y citosina). Se pensaba
que, de alguna manera, la información genética del ADN estaba “escrita” en el orden de
las bases en la molécula. Lo que no se sabía era cuántas cadenas formaban una molécula,
ni cómo se acomodaban una respecto a otra.
Finalmente, se contaba también con un dato curioso: estudiando ADN de diversas espe-
cies, el bioquímico austriaco Erwin Chargaff había encontrado que el contenido de ade-
nina era siempre igual que el de timina, y el de guanina era igual al de citosina (aunque
las proporciones de adenina + timina y guanina + citosina variaban según el organismo
de que se tratara). Nadie podía imaginar qué significaban estas “reglas de Chargaff”,
pero estaba claro que no se trataba de una coincidencia.
Por aquel entonces, Watson era un “niño genio” de 23 años. Había obtenido su doctora-
do en Chicago, donde se había especializado en ornitología (el estudio de los pájaros).
Había ido a Copenhague, Dinamarca, a estudiar genética, pero como encontró poco
estimulante el ambiente, decidió mejor ir a Cambridge, Inglaterra, al famoso Laborato-
rio Cavendish, donde se aplicaba una nueva técnica conocida como “cristalografía por
difracción de rayos X” (véase recuadro) para estudiar la estructura de moléculas bioló-
gicas, sobre todo proteínas.
Crick, por su parte, tenía 33 años y, luego de estudiar Física y trabajar en el desarrollo
del radar, durante la Segunda Guerra Mundial, había ido a dar al mismo laboratorio. Se
reconocía ampliamente su gran inteligencia, pero hasta el momento no había logrado