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El lobo jaló la cuerda. La aldaba se soltó y se abrió la puerta.
Sin decir una palabra, el lobo se fue hasta la cama de la abuela
y, de un bocado, se la tragó.
Luego se puso su ropa de dormir y su cofia, se acostó
en la cama y cerró las cortinas.
Entre tanto, Caperucita seguía entretenida en el bosque.
Cuando ya había recogido tantas flores que casi no las
podía cargar, se acordó de la abuela y regresó al sendero
que la llevaba a su casa.