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ANEXO 5
Una Navidad binacional
Alabeto Nájar y Marco Vinicio González
La familia Hernández Bonola: unos en Chalco, otros en Nueva York
Cuando los hijos se van, la vida de los padres mejora. Desde que sus tres vástagos
se marcharon al norte, Amalia y Heriberto levantaron la barda al frente de su casa
y pusieron una tienda. Pero los cambios tienen un costo: en estas fiestas, la familia
estuvo otra vez dividida.
Reportaje
CHALCO, ESTADO DE MÉXICO.
Amalia Bo-
nola no sabe qué es la Operación Guardián ni
entiende nada de la sofisticada tecnología con la
cual Estados Unidos vigila su frontera sur.
Lo único que entiende es que esta Navidad nin-
guno de sus tres hijos pudo venir de Estados
Unidos a pasar las fiestas con ella y su esposo,
Heriberto Hernández, por miedo a no poder re-
gresar.
“Me habló Juan Carlos, el primero que se fue,
para avisarme que no iba a venir porque estaba
muy difícil el cruce”, cuenta en su casa de Chal-
co. “Yo tenía muchas ilusiones de que ahora sí
íbamos a estar todos juntos, como antes, pero
ni modo. Ya será otra vez”.
Fue una Navidad “tristona”, confiesa doña Ama-
lia, porque el dinero que mandaron sus hijos
para preparar la cena de Nochebuena se gastó
en la reparación de la máquina tortilladora que
su esposo compró hace unos meses, y que la
semana pasada “se amoló”.
No hubo pescado ni revoltijo, los platillos que
solía cocinar por estas fechas. El dinero alcanzó
para unos cuantos jarros de ponche con
piquete
que la pareja compartió con sus vecinos.
Pero ni la fogata que encendieron a mitad de
la terregosa calle donde viven les calentó el
ánimo.
Se acostaron temprano.
Las cifras oficiales indican que un millón 500 mil
mexicanos cruzaron la frontera para pasar con
sus familias las fiestas de fin de año, una canti-
dad menor a los 2 millones 500 mil que en 2001
regresaron al país.
Muchos volvieron a México ante el clima de per-
secución que se desató tras el ataque terrorista a
las Torres Gemelas de Nueva York, lo cual endu-
reció aún más la vigilancia en la línea fronteriza
con México. Muchos de quienes en el 2001 via-
jaron a nuestro país no pudieron regresar, o lo
consiguieron con serias dificultades.
Por eso es que, en la Navidad pasada, el número
de mexicanos que prefirieron quedarse fue ma-
yor, entre ellos Juan Carlos, Javier y José Ma-
nuel Hernández Bonola, los hijos de Amalia y
Heriberto.
La fiesta empezaba temprano
Como a las cuatro se destapaban las primeras
cervezas que daban pie a la música, a todo volu-
men, en el radio de la familia.
A las seis se quemaban los primeros cohetes y de
ahí para adelante “los muchachos no paraban
hasta la cena”, recuerda Amalia.
Luego, después de brindar a medianoche, todos
salían a la calle para platicar con los vecinos.
“Era un relajo, venían muchos chavos a jugar con