194
ANEXO 5
No lo dice abiertamente, pero en el fondo se trata 
de mantener viva la esperanza de su regreso. Por 
eso aceptaron pasar una Navidad medio tristona. 
Es el precio de la ausencia.
Los que se fueron
Nueva York.
—
A pesar de la costumbre, en esta 
ocasión, Carlos no se unirá al millón y medio de 
compatriotas suyos que viajan de regreso a 
México para las fiestas decembrinas. 
“Prefiero mandar la feria a mis jefes, 
pa’
salir de 
broncas”, dice. 
En un pequeño apartamento en el sur de El Bronx, 
una de las zonas más pobres de Nueva York, don-
de se han establecido muchos mexicanos llegados 
a esta ciudad durante la última década y media, 
viven Carlos y su esposa Teresa Trujillo. 
Ellos comparten casa con otros cinco paisanos, 
tres de su barrio en el estado de México y dos de 
Puebla. 
Entre una máquina de hacer pesas, la computa-
dora, el estéreo y la cama, estos jóvenes de Chal-
co platicaron […] sobre las razones que les impi-
den ir a México. 
Hace cinco años, Carlos llegó a Nueva York, como 
parte de un visible cambio registrado en el pa-
trón migratorio de los mexicanos a Estados Uni-
dos, tradicionalmente dirigido a California, Illi-
nois o Texas. 
A su llegada, él trabajaba más de 12 horas dia-
rias, seis días a la semana, planchando ropa en 
una tintorería de Queens, en donde ganaba 230 
dólares a la semana. Esto, en una ciudad donde 
rentar un apartamento de dos recámaras cuesta 
alrededor de mil 500 dólares al mes. 
“Cuando te vienes, todo mundo te habla de 
dólares”, dice, “pero nadie te dice que hay que 
pagar renta, luz, teléfono […]. 
En esto Carlos tiene razón. La semana pasada, el 
Departamento del Trabajo del estado de Nueva 
York reveló que la ciudad alcanzó este mes su 
nivel más alto de desempleo (8 %) en los últimos 
10 años. 
Por si fuera poco, 62 mil trabajadores neoyorqui-
nos se quedarán sin ingresos a partir del 28 de 
diciembre, sumándose a los 182 mil trabajadores 
que perdieron su derecho a recibir el seguro de des-
empleo y continúan sin poder trabajar desde junio 
pasado, de acuerdo con el Proyecto de Desempleo 
de la Ciudad de Nueva York. 
No obstante, aunque con menor intensidad, 
continúa el éxodo de mexicanos 
—
sobre todo 
poblanos
—
a la 
Gran Manzana
, donde se hallan 
por todas partes: en la industria de la construc-
ción, los textiles y el trabajo doméstico, en ofici-
nas [.
..], pero principalmente en los servicios tu-
rísticos, que sostienen la economía local. 
Ahora Carlos gana 600 dólares semanales, por 40 
horas de trabajo. “Pero tuve que [trabajar] cinco 
años, y bien raspaditos, para tener lo poco que 
tengo”. 
Con todo, “lo que gana Carlos no alcanza”, dice 
Teresa 
—
de 21 años, uno menos que su pare-
ja
—
con mal disimulado desdén. 
Carlos recuerda que desde los seis años, con su pa-
dre, solía recorrer en un triciclo “las polvorientas 
calles de Chalco”, vendiendo cloro, “a todo pul-
món”. Quince años después, sigue trabajando duro. 
—
Para que mi jefa levante su casa 
—
afirma or-
gulloso. 
Sus envíos de dinero forman parte de los 10 mil 
millones de dólares que entran como remesas 
anualmente a México, esos sí, sin problemas para 
cruzar la frontera.
Cruzar de mojado [.
..]
Además de la razón económica, hay otra para no 
ir a México: “Cruzar la 
línea
de 
mojado
[...]”, afir-
ma Carlos, con la certeza que da la experiencia. 
Le asiste la razón. Hasta el pasado mes de noviem-
bre, tan sólo de este lado de la frontera han muerto 
325 personas en el cruce; 15 de ellos niños, según el 
Servicio de Inmigración y Naturalización (SIN).