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—¡Glotona! —gritó el marido—. ¡Desperdiciaste
un deseo! Ahora solamente nos quedan dos.
¡Me desesperas, ojalá tuvieras la salchicha
pegada en la punta de la nariz!
El hombre se dio cuenta de que, al igual que
su mujer, se había equivocado, pues ése fue
el segundo deseo, la salchicha había saltado
a las narices de ella y no había quien la
despegara de allí.