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Mar
Pobre niño. Tenía las orejas muy grandes, y, cuando se
ponía de espaldas a la ventana, se volvían encarnadas.
Pobre niÑo, estaba doblado, amarillo. Vino el hombre que
curaba, detrás de sus gafas. “El mar ―dijo―; el mar, el
mar”. Todo el mundo empezó a hacer maletas y a hablar
del mar. TenÍan una prisa muy grande. El ni o se figuró
que el mar era como estar dentro de una caracola
grand²sima, llena de rumores, cÁnticos, voces que
gritaban muy lejos, con un largo eco. Cre²a que el
mar era alto y verde.
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