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Primero trajo agua del mar  
y remojó la arena seca. Luego se 
puso a palmear y modelar la arena.
Poco a poco, el caballo empezó  
a tomar forma: los músculos y  
los cascos, la cabeza erguida  
y las crines ondulantes.
La playa comenzó a llenarse  
de gente. Se paraban a admirar 
el caballo de arena. Y tanto les 
gustaba que dejaban dinero y 
las monedas tintineaban en el 
sombrero del artista.
El caballo iba creciendo. Era 
un caballo al galope. Un caballo 
que galoparía para siempre, 
aunque tendido en la arena, fijo 
sobre uno de sus costados. 
El escultor dedicó todo el 
día a su caballo, dando formas 
perfectas a los músculos de las 
piernas y el cuello, acentuando cada onda de sus 
crines.
Trabajó hasta la puesta del sol, cuando se 
sintió el frío en la playa. Entonces, las familias 
empezaron a irse, plegando sus sillas de tijera y 
sacudiéndose la arena.