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Actividad 2. ¡Cuéntame una leyenda!
Pero no sólo este tipo de tradiciones y costumbres son herencia 
de ese periodo, también hay leyendas como las siguientes. ¿Las 
conoces?
La leyenda de la virgen de Ocotlán
Dicen que era la primavera de 1541, e iba Juan Diego Bernardino cruzando 
un bosque de ocotes, cuando la virgen se le aparece y le pregunta a dónde 
va. Juan Diego contesta que lleva agua para sus enfermos que mueren sin remedio por la terrible 
epidemia, y la virgen le contesta: “Ven en pos de mí, yo te daré otra agua con la que se extinguirá 
el contagio y sanarán no sólo tus parientes sino cuantos bebieren de ella”. El indígena llenó su 
cántaro de un manantial hasta entonces inexistente y se fue a Xiloxoxtla, su pueblo natal.
Antes, la celestial Señora le ordenó que comunicara lo sucedido a los franciscanos, indicándoles 
que encontrarían una imagen suya en el interior de un ocote que debería ser trasladada al templo 
de San Lorenzo.
Los frailes fueron ya al atardecer y vieron que el bosque se estaba incendiando, pero con llamas 
que no consumían. Había un gran árbol que irradiaba especial luz, lo señalaron, y al día siguiente, 
viendo que estaba hueco, lo abrieron a hachazos y encontraron en su interior la escultura de la 
virgen María que hoy está en el altar mayor.
También cuenta la leyenda que el celoso sacristán, cuando ya todos se habían ido, devolvió al 
patrono San Lorenzo a su sitio, poniendo a la nueva imagen en el lugar vacante y que los ángeles 
por tres ocasiones restituyeron a la virgen al sitio de honor.
Existe la versión de que el rostro de la virgen cambia de color entre el rojo y el pálido, según las 
etapas del calendario cristiano o los acontecimientos que vive la sociedad. Incluso hay testimonios 
de quienes la han visto sudar.
Nuestra Señora de Ocotlán Tlaxcala
, Tercera edición, 2002.
La Malinche
Cuenta la leyenda que doña Marina pidió permiso a su amo y señor, el capitán Hernán Cortés, para 
bañarse en la laguna de Acuitlapilco, cosa que le fue concedida por el extremeño, para tenerla más 
de su parte.
Acompañada de cuatro esclavas, de las que, como ella habían sido obsequiadas a Cortés, lucía 
un huipil muy bonito y valiosas joyas que había recibido de Cortés y que resaltaban su singular 
hermosura. Se quitó la ropa y se zambulló en las tersas aguas, sin fijarse en que en el lado opuesto 
de la laguna la estaban mirando los Xiloxoxtla, que entusiasmados por su belleza, hasta confundirla 
con un hada, le pidieron que desencantara a la montaña Matlalcuéyatl, pero ante esa sorpresa y 
creyéndose perdida, exclamó: “¡Malinche! ¡Malinche!” y apresuradamente se vistió y regresó, en 
tanto sonaban los caracoles y la gente corría tras ella. Al tener conocimiento Cortés, ordenó a sus 
arcabuceros que le prestaran auxilio a doña Marina, cuyo nombre se tomó por el de la Malinche, 
quedándole también éste a la preciosa montaña.
Emma Muñoz Flores, 
Faldellín azul, mitos y leyendas del volcán Malinche
, 2010.