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Guerrero les mira un rato
y luego con dulce faz
les pregunta: —¿A qué han venido?
y nadie osa contestar.
Vuelve a preguntar Guerrero,
y entonces, saliendo audaz
un sargento, con despejo
contesta: —Mi general,
hemos venido a la fiesta
a gustar de Chepetlán;
y venimos con licencia.
—¿Y nada más? —Nada más.
Vuelve a reinar el silencio,
afable Guerrero está,
y dice con voz pausada:
—Pues vinisteis a gustar,
seguid alegres gustando,
que yo os doy la libertad;
pero mañana, os advierto,
que no os halle por acá
la luz de la madrugada.
—¡Qué viva mi general!
—grita entusiasta el sargento.
—¡Viva! —gritan los demás,
y alegre sigue la fiesta
que nada vuelve a turbar;
y chaquetas e insurgentes
siguen con grato solaz,
que es una noche de gusto
esa noche en Chepetlán.
Vicente Riva Palacio
(1832-1896)
Cuando la tarde se acerca
y el sol declinando está
se escucha rumor extraño
inusitado y marcial,
y la gente se alborota
ya, sin poder explicar
lo que causa aquella alarma
y produce lance tal;
de repente por las calles
sobre un erguido alazán
que tasca el freno impaciente
y echa fuego al respirar,
altivo pero sereno,
llega un hombre cuya faz
se pinta al alma de un bravo
tan noble como leal:
es Guerrero, el indomable
hijo de la libertad;
le sigue valiente tropa
que al pueblo llegando va.
Y se ocultan los que temen
y otros salen a mirar.
Entra Guerrero a la plaza,
y del soberbio animal,
tiembla la rienda y detiene
del seco trote el compás.
Transcurren pocos instantes
y comienzan a llegar
unos y otros prisioneros
los del bando virreinal.
Todos ellos cabizbajos
y silenciosos están;
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