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BLOQUE CINCO
HAMLET.- Más en familia y menos familiar.
REY.-
¿Cómo es que estás siempre tan sombrío?
HAMLET.- No, mi señor: es que me da mucho el sol.
REINA.-
Querido Hamlet, sal de tu penumbra
y mira a Dinamarca con ojos de afecto.
No quieras estar siempre, con párpado abatido,
buscando en el polvo a tu noble padre.
Sabes que es ley común: lo que vive, morirá,
pasando por la vida hacia la eternidad.
HAMLET.- Sí, señora, es ley común.
REINA.-
Si lo es, ¿por qué parece para ti tan singular?
HAMLET.-
¿Parece, señora? No: es. En mí no hay “parecer”.
No es mi capa negra, buena madre,
ni mi constante luto riguroso,
ni suspiros de un aliento entrecortado,
no, ni rios que manan de los ojos,
ni expresión decaída de la cara,
con todos los modos, formas y muestras de dolor,
lo que puede retratarme; todo eso es “parecer”,
pues son gestos que se pueden simular.
Lo que yo llevo dentro no se expresa;
lo demás es ropaje de la pena.
REY.- Es bueno y digno de alabanza, Hamlet,
que llores a tu padre tan felmente,
pero sabes que tu padre perdió un padre,
y ese padre perdió al suyo; y que el deber flial
obligaba al hijo por un tiempo
a guardar luto. Pero aferrarse
a un duelo pertinaz es conducta
impía y obstinada, dolor poco viril,
y muestra voluntad contraria al cielo,
ánimo débil, alma impaciente,
entendimiento ignorante e inmaduro.
Pues, sabiendo que hay algo inevitable
y tan común como la cosa más normal,
¿por qué hemos de tomarlo tan a pecho
en necia oposición? ¡Vamos! Es una oFensa al cielo,
ofensa al muerto, ofensa a la realidad
y hostil a la razón, cuya plática perpetua
es la muerte de los padres, y que siempre,
desde el primer cadáver hasta el último,
ha proclamado: “Así ha de ser.” Te ruego
que entierres esa pena infructuosa y que veas
en mí a un padre, pues sepa el mundo
que tú eres el más próximo a mi trono,
y que pienso prodigarte un género de afecto
en nada inferior al que el más tierno padre
profese a su hijo. Respecto a tu propósito
de volver a la universidad de Wittenberg,
no podría ser más contrario a mi deseo,
y te suplico que accedas a quedarte,
ante el gozo y alegría de mis ojos,
cual cortesano principal, sobrino e hijo mío.
REINA.-
Que tu madre no te ruegue en vano, Hamlet:
quédate con nosotros, no vayas a Wittenberg.
HAMLET.- Haré cuanto pueda por obedeceros, señora.
REY.- Una respuesta grata y cariñosa.
Sé como yo mismo en Dinamarca. Venid, señora.
El libre y gentil asentimiento de Hamlet
sonríe a mi corazón; en gratitud
el rey no brindará en este día
sin que el cañón a las nubes lo proclame
y mi brindis retumbe por el cielo,
repitiendo el trueno de la tierra. Vamos.
Salen todos menos HAMLET.
HAMLET.-
¡Ojalá que esta carne tan frme, tan sólida,
se fundiera y derritiera hecha rocío,
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