La frase fue la
culminación
perfecta de los dieciocho meses que llevábamos
batallando juntos para terminar el libro en que fundaba todas mis esperanzas.
Hasta entonces
había
publicado cuatro en siete años, por los cuales
había
percibido muy poco
más
que nada. Salvo por
La mala hora
, que obtuvo el premio
de tres mil
dólares
en el concurso de la Esso Colombiana, y me alcanzaron para
el nacimiento de Gonzalo, nuestro segundo hijo, y para comprar nuestro primer
automóvil
.
Actividad 9
“Hurgo de
nuevo
en mi memoria: una larga tarde de
verano
dos años antes de
su muerte, un
balón
de plástico, siete u ocho niños jugando con él en una plaza
cerca de casa, un color
insoportable
que era
aviso
de tormenta. Las primeras
gotas nos refrescaron, pero pronto adquirió tal
violencia
la
tromba
de agua que
todos corrimos a guarecernos en los portales próximos. Quiso el azar que dos
chicos, algo mayores que yo
ambos
, eligieran
también
mi refugio. La energía
con que la lluvia golpeaba el
embaldosado
debió
de excitarnos, y una suerte de
agresividad
ahogada
llevó
a uno de ellos a explicar las “porquerías” –así lo dijo,
que hacen los padres en las camas de matrimonio. Lo decía todo como queriendo
ofendernos a los otros dos, con ese sentimiento de desdeñosa superioridad que
con
¿
ere el estar en posesión de importantes secretos, y fue su
¿
ciente que yo le
acusara de mentiroso para que él se entusiasmara
provocándome
. «¿Dónde
estuviste
nueve
meses antes de que nacieras?», me
preguntaba
con
perverso
deleite. Mi indignación me impedía dar crédito a sus sucias insinuaciones, pero
él, seguro de sí mismo, se
limitaba
a corresponder con una maliciosa sonrisa a
cada uno de mis rechazos. Y en aquel momento yo lo
ignoraba
, pero a quien
realmente
deseaba
insultar, golpear incluso, no era a ese chico deslenguado,
sino a mi padre, al que en mi fuero interno
consideraba
capaz de
obligarla
a
realizar los actos más
innobles
.”
Apéndice 1
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