Cuando llegues a casa trata de escuchar el refrigerador, el radio que alguien oye, la 
televisión que ve tu hermano, los sonidos que hace tu mamá en la cocina o el ruido del 
agua en el baño. Si pones mayor atención podrás escuchar sonidos más cercanos a ti: 
los que produce tu ropa al moverte, cuando pasas la página del libro que lees, el 
movimiento de tus dedos que golpetean en la mesa, tu respiración y hasta el pulso 
rítmico de tu corazón… Todos estos sonidos distintos forman tu “paisaje sonoro” 
personal en este momento, en el lugar en que estás leyendo este libro. 
1.2.1. Para qué nos sirve el sonido en la comunidad y la sociedad. 
En muchos países del mundo los “paisajes sonoros” están cambiando: aparecen 
nuevos sonidos y se multiplican con gran rapidez, ya que usamos nuevos aparatos 
mecánicos y artefactos electrónicos que producen sonidos desconocidos. Sobre todo 
en las ciudades grandes y medianas, nuestros entornos sonoros son cada vez más 
ruidosos y la civilización moderna nos ensordece cada vez más con nuevos ruidos. 
Así ha surgido lo que algunos investigadores llaman contaminación sonora: un 
desequilibrio en un paisaje sonoro causado por sonidos intrusos o disruptivos. En 
consecuencia se pueden provocar daños en la audición, que empobrecen nuestra 
capacidad auditiva y la van reduciendo hasta llegar a su pérdida total en ciertos casos. 
Esto ocurre en profesiones y actividades que implican altos niveles sónicos de ruido 
durante largo tiempo, como con los obreros de ciertas fábricas, o con las personas que 
escuchan música a volúmenes excesivos en discotecas, bares, etcétera. 
Además de los daños f
i
siológicos de la audición, el exceso de ruido también nos puede 
afectar psicológicamente al causarnos nerviosismo, ansiedad y angustia. También 
puede provocar un estado similar al de ciertos estados narcotizados como el que 
producen las drogas. Aunque quizá alguien se pueda poner una “borrachera musical” y 
llegar a un estado de euforia o alegría sin el peligro de quedarse sordo, como en un 
concierto de rock donde el balance de sonido sea adecuado. 
Al 
escuchar 
volúmenes 
sonoros 
elevados 
algunas 
personas 
pueden 
crear 
una 
dependencia de niveles sónicos muy altos. Ciertos paisajes sonoros urbanos estimulan 
un mayor apetito por el ruido, como sucede en ambientes de trabajo contaminados por 
el sonido, con los jóvenes que les gusta ir a discotecas muy ruidosas, o bien con 
personas que viven en calles citadinas saturadas de sonidos excesivos de coches, 
autobuses y otros ruidos urbanos. 
Para algunas personas el ruido se ha convertido en símbolo de modernidad, alegría y 
vitalidad, se oponen a su reducción y hasta lo usan como “arma sónica”. Un vecino que 
escucha la música que le gusta a un nivel muy alto afecta a los que vivimos cerca de él. 
Es común el caso de familias que organizan una fiesta y ponen la música a un volumen 
tan elevado que esa noche no dejan dormir a sus vecinos. Esto ocurre porque mucha 
17