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Enrique está asombradísimo. El jefe les permite volver a subir al
furgón y les dice que se bajen del tren antes de San Luis Potosí,
donde 64 agentes de seguridad ferroviaria vigilan la estación.
A media mañana, Enrique ve dos antenas con luces rojas
que titilan. Los muchachos saltan del tren media milla al
sur del pueblo.
Enrique había elegido hasta ahora seguir siempre su rumbo.
Pero aquí el paisaje es demasiado desolado para vivir de la
tierra, y mendigar es muy arriesgado. Le hace falta trabajar
para sobrevivir. Además, no quiere llegar a la frontera sin un
centavo. Ha escuchado que los rancheros estadounidenses
balean a los mendigos.
Sube trabajosamente una colina hasta la casita de un fabricante
de ladrillos. Con buenos modales, Enrique pide comida. El
fabricante de ladrillos le brinda todavía más: si Enrique trabaja,
le dará comida y un lugar donde dormir.
Enrique acepta muy contento.
Algunos inmigrantes dicen que los mexicanos explotan a los
indocumentados y les pagan una fracción del salario
acostumbrado de 50 pesos, unos $5 dólares por día. Pero el
fabricante de ladrillos le ofrece más que eso: 80 pesos al
día, y le da ropa y zapatos.
Enrique trabaja durante día y medio en la fábrica de
ladrillos, una de 300 que bordean las vías en el extremo
norte de San Luis Potosí. Los obreros vierten arcilla, agua y
estiércol seco en grandes pozos. Se arremangan los pantalo-
nes y apisonan la mezcla lodosa como si pisaran uvas para
hacer vino. Una vez que el lodo se convierte en una pasta
marrón firme, la vuelcan en moldes de madera. Luego
vacían los moldes sobre el suelo plano y dejan que los
ladrillos se sequen al sol.
Dentro de hornos grandes como habitaciones, se apilan los
ladrillos formando pirámides. Debajo de los hornos arde el
fuego alimentado con aserrín. Cada lote de ladrillos se
cocina durante 15 horas y al hacerlo despide nubes de humo
negro hacia el cielo.
El trabajo de Enrique es palear arcilla. Enrique pasa la
noche con uno de sus amigos del tren sobre el suelo de
tierra de un cobertizo.
“Tengo que llegar a la frontera”, le dice Enrique.
¿Debería tomar otro tren? Ha recorrido 990 millas en trenes
de carga, desde Tapachula, cerca de Guatemala. ¿Se le
acabará la suerte?
Su patrón le dice que le conviene tomar una “combi”, un
minibús Volkswagen, hasta pasar un puesto de control que
se encuentra 40 minutos al norte del pueblo. Las autorida-
des no revisan las combis, le explica el fabricante de
ladrillos. Luego debe tomar un autobús a Matehuala, y allí
quizá pueda conseguir que alguno de los camioneros lo
lleve hasta Nuevo Laredo, junto al Río Grande.
Adaptación de: Sonia Nazario. (2006). La travesia de Enrique. Capítulo 4,
episodios “Dádivas”, “Las montañas” y “La desconfianza”. México: Editorial Debate.
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