264
Libro para el maestro
SECUENCIA 8
218
un momento creyó estar soñando.
Había esperado que le indio saltara de contento al 
enterarse que podría vender doce mil canastas a un 
solo cliente, sin tener necesidad de ir de puerta en 
puerta y ser tratado como un perro roñoso. […]
Cuando Mr. Winthrop volvió al día siguiente, en-
contró al indio como de costumbre, sentado en cucli-
llas bajo el techo de palma del pórtico, trabajando en 
sus canastas.
—¿Ya calcular usted precio por mil? —le preguntó 
en cuanto llegó, sin tomarse el trabajo de dar los bue-
nos días.
—Sí, patroncito. Buenos días tenga su merced. Ya 
tengo listo el precio, y créame que me ha costado mu-
cho trabajo, pues no deseo engañarlo ni hacerle perder 
el dinero que usted gana honestamente.
..
—Sin rodeos, amigo. ¿Cuánto? ¿Cuál ser el precio? 
—preguntó Mr. Winthrop nerviosamente.
—El precio, bien calculado y sin equivocaciones de 
mi parte, es el siguiente: si tengo que hacer mil canas-
titas, cada una costará cuatro pesos; si tengo que hacer 
cinco mil, cada una costará nueve pesos, y si tengo que 
hacer diez mil, entonces no podrán valer menos de 
quince pesos cada una. Y repito que no me he equivo-
cado.
Una vez dicho esto volvió a su trabajo, como si te-
miera perder demasiado tiempo hablando.
Mr. Winthrop pensó que, tal vez debido a sus pocos 
conocimientos de aquel idioma extraño, comprendía 
mal.
—¿Usted decir costar quince pesos cada canasta si 
yo comprar diez mil?
—Eso es, exactamente, y sin lugar a equivocación, 
lo que he dicho, patroncito —contestó el indio cortés 
y suavemente.
—Usted no poder hacer eso, yo ser su amigo.
.. 
[…]
—Bueno, patroncito, ¿qué es lo que usted no com-
prende? La cosa es bien sencilla. Mil canastitas me 
cuestan cien veces más trabajo que una docena y doce 
mil toman tanto tiempo y trabajo que no podría ter-
minarlas ni en un siglo. Cualquier persona sensata y 
honesta puede verlo claramente. Claro que, si la per-
sona no es ni sensata ni honesta, no podrá compren-
der las cosas en la misma forma en que nosotros aquí 
las entendemos. Para mil canastitas se necesita mucho