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había leído en los labios de Caramelo.
Se la enseñaba, y Caramelo alargaba el
cuello y se comía la hoja. Tranquilo y
agradecido, como cuando Kori le llevaba
un puñado de hierba o un trozo de pan,
o un poco de grano, o unos garbanzos.
Kori no podía saber que Caramelo se
comía la hoja de papel porque el papel
tiene celulosa, y le gustaba. Al principio se
enfadó con el
huar
, pero Kori acabó por
pensar que aquélla era su forma de leer
lo que él había escrito, que era, al fin y al
cabo, lo que el propio Caramelo le había
dictado. Se comía sus versos, es decir, leía,
a su manera, sus propios versos. Después
de todo, eran palabras muy dulces.
Pasaron los meses, y pasó un año, y
Caramelo creció. Se convirtió en un ca-
mello alto y fuerte.
Kori iba a los corrales con el cuader-
no debajo del brazo, se sentaba delante de
Caramelo, y copiaba los versos que creía
que Caramelo le dictaba al mover los la-
bios, como los de los camellos del aire…