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No olvides
los nombres de Dios
cuando salgas
a los caminos del sur.
Tras doce horas de camino agotador,
Kori sentía crecer en su pecho la angustia.
Habían encontrado una
talja
, una aca-
cia espinosa, solitaria y achaparrada por
el viento y las tormentas de arena. Pero
a su alrededor no había nada.
Era la hora de más calor, y Kori sacó
su cantimplora para echar un trago. Cara-
melo se había arrimado al tronco áspero
de la
talja
y se rascaba contra él.
“Aquí no hay nada”, pensó Kori, y
movió los labios hacía Caramelo. El came-
llo entornó sus ojos y miró hacia el sur.
Sus labios se movían.
“Hacia allí”, entendió Kori.
Volvió a apretarse el turbante y echó
a andar. Caramelo lo siguió, y luego se
le adelantó. De vez en cuando giraba el
cuello para comprobar que Kori no se
retrasaba.
Al anochecer, encontraron el cauce
seco de un río en el que crecían unos
pobres matojos de hierba, a la escasa
sombra de un grupito de
taljas
. Caramelo
se apresuró, y comenzó a mordisquear
las puntas menos resecas de los hierba-
jos. Kori se sentó en el suelo, aspirando
el aire. Se quitó el turbante e hizo con él
una almohada. Mientras Caramelo se
movía despacio, buscando los brotes más
tiernos, Kori se quedó dormido.
Era de noche cuando se despertó.
La luna aún no había hecho su aparición,
y el cielo se había cuajado de estrellas;
una infinidad de fuegos fríos en el silen-
cio negro. Caramelo se había postrado
junto a él, sobre las patas dobladas, con
los ojos cerrados.
Al sentir el rumor de la ropa de Kori,
Caramelo abrió los ojos. Y movió los la-
bios, rumiando lo poco que había podido
arrancar a aquella desolada naturaleza.
Y Kori leyó en ellos:
Ésta no es la tierra con la que soñaba
en el vientre de mi madre.
Ésta no es la campiña, ni éste es el río.
Esta soledad está muerta,
no es la soledad de los dulces pastos.
Mi corazón me dice que vaya hacia el sur,
pero mi olfato no ventea la hierba,
ni el agua, ni los dulces montes rodeados
de árboles.
Sus labios se detuvieron un instante,
y luego siguieron moviéndose con sere-
na cadencia:
Estamos perdidos, pequeño Kori,
pero mi arroyo eres tú,
y tu hierba soy yo.