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Catorce
Al salir a la cubierta, los abuelos se encontraron con una nueva
embarcación que quería parecerse a las suyas. Sin embargo,
el dueño, al parecer, no había entendido bien las órdenes de El
que Todo lo Sabe pues la había hecho más pequeña y al revés.
Sobre una casa de tablones remachados y chuecos había enci-
mado una barca.
Los abuelos, intrigados, se preguntaban cómo era posible
que aquel objeto mal hecho hubiera resistido las tormentas, que
aquella curiosa embarcación pudiera flotar y sostenerse.
Me llamo Upi —dijo un hombre despeinado que, tropezándo-
se, salió a la cubierta de su barco—. Aunque mi familia me dice
Ipu y mi Señor… —continuó.
—Que Todo lo Sabe —interrumpió Madú.
—¿Qué no se dice Que todo lo Puede? —preguntó Upi
azorado.
—No. Se dice Que Todo lo Sabe —dijo Madú.
—Es que yo siempre me confundo —agregó Upi a manera
de excusa y continuó.
—¡En fin! Él me ordenó construir una barca…
—Lo sabemos —continuó Madú.
—¿De veras lo saben? —preguntó Upi.
—Sí. Lo mismo nos pidieron a nosotros —respondió Itzá.
—Pero usted no entendió bien las órdenes, por lo que veo
—agregó Eke—. La barca debía ir hacia el otro lado y medir
150 codos, y la suya es más pequeña.
—¿150 codos?, ¿qué no eran 105? —consultó Upi—. La
verdad
es que se me olvidó —dijo, mientras se daba pequeños
golpecitos en la cabeza—. Nunca me acordé si eran 105 o 150 y
mi Señor que Todo lo Puede, bueno, y Todo lo Sabe —corrigió
mientras se volvía a mirar a Madú—, no quiso repetírmelo. Me
habló una sola vez. También dijo que con una casa abajo ¿verdad?