Lee con atención las siguientes instrucciones:
Lee el siguiente texto y responde las preguntas correspondientes.
LA ALUCINACIÓN
De las dos personas que estaban hablando, una era el médico, Henry O’Connor.
—Le pedí que viniera, doctor, porque creo que estoy un poco loca.
—Pues parece usted perfectamente —contestó el médico.
—Tengo alucinaciones. Todas las noches me despierto y veo en la
habitación, mirándome fijamente, un enorme perro negro con una pata
delantera de color blanco.
—Dice usted que despierta. A veces, las alucinaciones tan sólo son sueños.
—Despierto, de eso estoy segura. A veces me quedo acostada mucho tiempo
mirando al perro como el azabache, tan fijamente como él a mí... siempre
dejo la luz encendida. Cuando no puedo soportarlo más, me siento en la
cama, ¡y no hay nada en la habitación!
—La descripción que me ha dado del animal concuerda con la del perro del
fallecido Atwell Barton. La mujer se incorporó a medias en su asiento,
pero volvió a sentarse e hizo un visible intento de mostrarse
indiferente.
—Me acuerdo de Barton —dijo—. Se informó que... ¿no hubo algo sospechoso en su muerte?
—Hace tres años, el cuerpo de su viejo enemigo, Atwell Barton, se
encontró en el bosque, cerca de su casa y también de la de usted. Había
muerto acuchillado. No hubo detenciones porque no se encontró ninguna
pista.
—Ah… ¿Pero qué pasó con su perro? —Fue el primero en encontrar el
cuerpo. Murió de hambre sobre su tumba.
—¿Qué tiene que ver todo esto con mi problema?
El
médico se levantó, puso una mano sobre el brazo de la paciente y le dijo
con amabilidad :
—Perdóneme. Así, de improviso, no puedo diagnosticar
su trastorno... quizá mañana. Acuéstese; yo pasaré la noche por aquí, en
su biblioteca. ¿Podrá llamarme sin levantarse de la cama?
—Sí, hay un timbre eléctrico.
—Perfectamente. Si algo le inquieta, pulse el botón, pero sin erguirse.
Buenas noches. Instalado cómodamente en un sillón, el médico cogió un
libro de la mesa que tenía a su lado y miró el título. Eran las
Meditaciones de Denneker. Lo abrió al azar y empezó a leer:“Así como la
carne tiene espíritu y adopta por lo tanto las facultades espirituales,
también el espíritu tiene los poderes de la carne, aunque se salga de
ésta y viva como algo aparte, como atestiguan muchos actos violentos
realizados por los espíritus de los muertos. Y hay quien dice que el
hombre no es el único en esto, pues también los animales tienen la misma
inducción maligna, y...”.
Interrumpió su lectura una conmoción en la casa. El lector soltó el
libro, salió corriendo de la habitación y subió veloz-mente las
escaleras que conducían al dormitorio de la paciente. Intentó abrir la
puerta pero estaba cerrada. Empujó con el hombro con tal fuerza que ésta
cedió. En el suelo, junto a la cama en desorden, yacía la mujer
moribunda. El médico levantó la cabeza de ésta del suelo y observó una
herida en la garganta.
Después, el examen detallado reveló las señales inequívocas de unos
colmillos de animal profundamente hundidos en la vena yugular.
Pero allí no había habido animal alguno.