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Y sin que el coyote lo viera, ni darle tiempo  
a decir nada de nada, el conejito le prendió  
lumbre al carrizal. Luego le dijo al coyote:
—Cuando oigas que están tronando los 
cohetes, con más ganas le das a la guitarra. 
¡Vamos a divertirnos un rato!
Tronaban los carrizos y 
el coyote tocaba y tocaba la 
guitarra creyendo que eran 
los cohetes los que tronaban, 
cuando en realidad era el carrizal 
que se estaba quemando.
Ya venía la lumbre cerca del coyote, ya mero  
lo iba a quemar cuando el conejito dio un brinco 
y se escapó. Con mucho trabajo el coyote pudo 
salvarse de la lumbre y siguió tras los pasos del 
conejo. Y allá, no muy lejos, vio una peña desde  
la que se veía, en medio del cielo, la Luna, 
redondita como un queso. El coyote encontró  
al conejo y le dijo:
 ¡Ah, conejito, cómo me engañaste!  
Me querías quemar, ¿verdad? Pero vas a ver, 
ahora sí te voy a comer.