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Si se iba a la siembra, a su 
lado caminaban los duendes. Si 
tomaba rumbo al mercado, a su 
alrededor corrían los duendes. 
Si platicaba con sus amigos, 
los duendes se le quedaban 
mirando con tamaños ojotes.
Además, como sucede en estos 
casos, sólo Margarito podía verlos  
y oírlos. Sólo él y nadie mÁs tenía 
que aguantarlos.