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Practicas del uso de léxico y de la semántica
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loque
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Muchas veces he comido
À
ores de obelisco para entretener el hambre. Y la leche de Felipa era
de ese sabor, sólo que a mí me gustaba más, porque, al mismo tiempo que me pasaba los tragos,
Felipa me hacía cosquillas por todas partes. Luego sucedía que casi siempre se quedaba dormida
junto a mí, hasta la madrugada. Y eso me servía de mucho; porque yo no me apuraba del frío ni
de ningún miedo a condenarme en el in
¿
erno si me moría yo solo allí, en alguna noche.
.. A veces
no le tengo tanto miedo al in
¿
erno. Pero a veces sí. Luego me gusta darme mis buenos sustos
con eso de que me voy a ir al in
¿
erno cualquier día de éstos, por tener la cabeza tan dura y por
gustarme dar de cabezazos contra lo primero que encuentro. Pero viene Felipa y me espanta mis
miedos. Me hace cosquillas con sus manos como ella sabe hacerlo y me ataja el miedo ese que
tengo de morirme. Y por un ratito hasta se me olvida.
.. Felipa dice, cuando tiene ganas de estar
conmigo, que ella le cuenta al Señor todos mis pecados. Que iré al cielo muy pronto y platicará
con Él pidiéndole que me perdone toda la mucha maldad que me llena el cuerpo de arriba abajo.
Ella le dirá que me perdone, para que yo no me preocupe más. Por eso se con
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esa todos los
días. No porque ella sea mala, sino porque yo estoy repleto por dentro de demonios, y tiene
que sacarme esos chamucos del cuerpo confesándose por mí. Todos los días. Todas las tardes
de todos los días. Por toda la vida ella me hará ese favor. Eso dice Felipa. Por eso yo la quiero
tanto.
.. Sin embargo, lo de tener la cabeza así de dura es la gran cosa. Uno da de topes contra
los pilares del corredor horas enteras y la cabeza no se hace nada, aguanta sin quebrarse. Y
uno da de topes contra el suelo; primero despacito, después más recio y aquello suena como un
tambor. Igual que el tambor que anda con la chirimía, cuando viene la chirimía a la función del
Señor. Y entonces uno está en la iglesia, amarrado a la madrina, oyendo afuera el tum tum del
tambor.
.. Y mi madrina dice que si en mi cuarto hay chinches y cucarachas y alacranes es porque
me voy a ir a arder en el in
¿
erno si sigo con mis mañas de pegarle al suelo con mi cabeza. Pero
lo que yo quiero es oír el tambor. Eso es lo que ella debería saber. Oírlo, como cuando uno está
en la iglesia, esperando salir pronto a la calle para ver cómo es que aquel tambor se oye de
tan lejos, hasta lo hondo de la iglesia y por encima de las condenaciones del señor cura.
..: “El
camino de las cosas buenas está lleno de luz. El camino de las cosas malas es oscuro.” Eso dice
el señor cura.
.. Yo me levanto y salgo de mi cuarto cuando todavía está a oscuras. Barro la calle
y me meto otra vez en mi cuarto antes que me agarre la luz del día. En la calle suceden cosas.
Sobra quien lo descalabre a pedradas apenas lo ven a uno. Llueven piedras grandes y
¿
losas por
todas partes. Y luego hay que remendar la camisa y esperar muchos días a que se remienden
las rajaduras de la cara o de las rodillas. Y aguantar otra vez que le amarren a uno las manos,
porque si no ellas corren a arrancar la costra del remiendo y vuelve a salir el chorro de sangre.
Ora que la sangre también tiene buen sabor aunque, eso sí, no se parece al sabor de la leche de
Felipa.
.. Yo por eso, para que no me apedreen, me vivo siempre metido en mi casa. En seguida
que me dan de comer me encierro en mi cuarto y atranco bien la puerta para que no den conmigo
los pecados mirando que aquello está a oscuras. Y ni siquiera prendo el ocote para ver por
dónde se me andan subiendo las cucarachas. Ahora me estoy quietecito. Me acuesto sobre mis
costales, y en cuanto siento alguna cucaracha caminar con sus patas rasposas por mi pescuezo
le doy un manotazo y la aplasto. Pero no prendo el ocote. No vaya a suceder que me encuentren
desprevenido los pecados por andar con el ocote prendido buscando todas las cucarachas que
se meten por debajo de mi cobija.
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