Identifcas la Filoso ía como disciplina global
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Digamos que los primeros flósoFos conservaron del pensamiento mítico la idea bá
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sica de que el mundo ordenado en que vivían había emergido a partir del caos. Pero
se distanciaron de él al sostener que el orden no se había originado por la decisión
de dioses parecidos a los hombres, sino por la acción de lo que llamaron fuerzas en
oposición: lo húmedo y lo seco, lo caliente y lo frío, principalmente. Esquematizan-
do un poco, digamos
que partieron de la misma pregunta básica sobre la que se
edifcaron los mitos: ¿cómo surgió el mundo del caos?, pero oFrecieron un tipo de
respuesta
muy distinto.
Quizás esta
visión de la realidad, basada en nociones tan vagas como la de
lo “ca-
liente”, nos parezca tan extravagante como los mitos a los que pretendían sustituir.
Tomemos en cuenta que
en el siglo VI a.C., periodo durante el que tuvo lugar este
tránsito del pensamiento mítico al flosófco, no existía nada ni
remotamente pareci
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do a la ciencia como la conocemos hoy. De hecho, se considera que la Filosofía y la
ciencia nacieron juntas, en las mentes de esos primeros flósoFos. Más tarde, como
veremos en su momento, con el paso de los siglos, se separarían, cada una asumi-
ría características distintivas: hoy nadie conFundiría a un flósoFo con un científco.
También hay que insistir en que la ilosoFía nunca
desplazó defnitivamente
a los
mitos en la mente de la gran mayoría de las personas. Nunca lo hizo, y no fue ese
el propósito de los primeros flósoFos. Es cierto que en algunos momentos de la
historia la Filosofía se ha propuesto terminar con los mitos, pero nunca lo ha logra-
do, y ha habido muchos flósoFos que han dudado que tal triunFo sea posible, o aun
deseable.
El gran logro de los primeros flósoFos Fue abrir paso a las genuinas preguntas y des
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pertar en el hombre, por primera vez, el hambre de verdaderas explicaciones. Por-
que los mitos en realidad no son explicaciones. Una explicación es una respuesta a
una pregunta, y los mitos más bien son una descripción básica del mundo. Es decir,
son aprendidos desde la más tierna infancia, y en poco tiempo, quién ha vivido en
contacto con ellos siente su realidad tan sólida como la de las rocas, tan cierta como
la del paisaje que se tiene enfrente, como el
sol que calienta la cara y deslumbra
a quien intenta verlo de frente, o como los objetos que hay en la habitación en que
estás
sentado leyendo este libro. El pensamiento mítico no admite dudas, mucho
menos preguntas.
Por eso, más que decir que los mitos son explicaciones, quizás sea más preciso
decir que quien cree en los mitos no necesita explicaciones, porque no se hace pre-
guntas.
La razón se emancipa del mito no tanto con respuestas novedosas, sino
con dos pequeñas palabras: “¿por qué?”.