SECUENCIA 5
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Audiotexto: Cuento
El día de su cumpleaños a Pedro le regalaron una pe-
lota. Pedro protestó porque quería una de cuero blan-
co con parches negros como las que pateaban los fut-
bolistas profesionales. En cambio, ésta de plástico le 
parecía demasiado ligera.
—Uno quiere meter gol de cabecita y la pelota sale 
volando. Parece pájaro por lo liviana.
—Mejor —le dijo el papá—, así no te aturdes la 
cabeza.
Y le hizo un gesto con los dedos para que callara 
porque quería oír la radio. En el último mes, desde 
que las calles se llenaron de militares, Pedro había no-
tado que todas las noches el papá se sentaba en su si-
llón preferido, levantaba la antena del aparato verde y 
oía con atención noticias que llegaban desde muy le-
jos. A veces venían amigos que se tendían en el suelo, 
fumaban como chimeneas y ponían las orejas cerca 
del receptor.
Pedro le preguntó a su mamá:
—¿Por qué siempre oyen esa radio llena de 
ruidos?
—Porque es interesante lo que dice.
—¿Qué dice?
—Cosas sobre nosotros, sobre nuestro país.
—¿Qué cosas?
—Cosas que pasan.
—¿Y por qué se oye tan mal?
—La voz viene de muy lejos.
Y Pedro se asomaba soñoliento a la ventana tratan-
do de adivinar por cuál de los cerros lejanos se filtraría 
la voz de la radio.
En octubre, Pedro fue la estrella de los partidos de 
futbol del barrio. Jugaba en una calle de grandes árbo-
les y correr bajo su sombra era casi tan delicioso como 
nadar en el río en verano. Pedro sentía que las hojas 
susurrantes eran un estadio techado que lo ovaciona-
ba cuando recibía un pase preciso de Daniel, el hijo 
del almacenero, se filtraba como Pelé entre los gran-
dotes de la defensa y chuteaba directo al arco para me-
ter gol.
—¡Gol! —gritaba Pedro y corría a abrazar a todos 
los de su equipo que lo levantaban por los aires por-
que, a pesar de que Pedro ya tenía nueve años, era pe-
queño y liviano.
Por eso todos lo llamaban “chico”.
—¿Por qué eres tan chiquito? —le decían a veces 
para fastidiarlo.
—Porque mi papá es chiquito y mi mamá es chiquita.
—Y seguramente también tu abuelo y tu abuela, 
porque eres requetechiquito.
—Soy bajo, pero inteligente y rápido; en cambio tú, 
lo único que tienes rápido es la lengua.
Un día, Pedro inició un veloz avance por el flanco 
izquierdo donde había estado el banderín del corner 
si ésa fuera una cancha de verdad y no la calle entie-
rrada del barrio. Llegó frente a Daniel que estaba de 
arquero, simuló con la cintura que avanzaba, pisó el 
balón hasta dormirlo en sus pies, lo levantó sobre el 
cuerpo de Daniel, que se había lanzado antes, y sua-
vemente lo hizo rodar entre las dos piedras que mar-
caban el arco.
—¡Gol! —gritó Pedro y corrió hacia el centro de la 
cancha esperando el abrazo de sus compañeros. Pero 
esta vez nadie se movió.
Estaban todos clavados mirando hacia el almacén.
Algunas ventanas se abrieron. Se asomó gente con 
los ojos pendientes de la esquina. Otras puertas, sin 
embargo, se cerraron de golpe. Entonces Pedro vio que 
al padre de Daniel se lo llevaban dos hombres, arras-
trándolo, mientras un piquete de soldados lo apunta-
ba con metralletas. Cuando Daniel quiso acercársele, 
uno de los hombres lo contuvo poniéndole la mano en 
el pecho.
—Tranquilo —le dijo.
Don Daniel miró a su hijo:
—Cuídame bien el negocio.
Cuando los hombres lo empujaban hacia el jeep, 
quiso llevarse una mano al bolsillo, y de inmediato un 
soldado levantó su metralleta:
—¡Cuidado!
Don Daniel dijo:
—Quería entregarle las llaves al niño.
Uno de los hombres le agarró el brazo:
—Yo lo hago.
La composición
A
NTONIO
S
KÁRMETA
I
LUSTRACIONES
: A
LFONSO
R
UANO