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El daño que se produce es el sentimiento de la víctima de que no es capaz de decidir, de desear,
de salir de la situación ni de controlarla. El sujeto víctima de este tipo de maltrato llega a sentir que
no puede hacer nada, que no vale nada. Estas percepciones de sí mismo, generan dificultades a
veces irreparables en las capacidades de construirse como una persona libre y se manifiesta en:
extrema desconfianza, exagerada necesidad de ganar o sobresalir, demandas excesivas de
atención, excesiva agresividad o pasividad frente a sus pares (otros adolescentes).
Este tipo de abuso puede ser activo o pasivo. En el caso del abuso activo, consiste en sobrexigir al
niño(a) o adolescente a que sea el mejor, es decir, son presionados para el éxito constante o
desvalorizarlo y avergonzándolo, haciéndole sentir una persona incapacitada para desarrollar sus
potencialidades.
El abuso pasivo, consiste en el abandono emocional, es decir, no brindarle apoyo, ni afecto ni la
valoración necesaria.
Es la forma de maltrato más difícil de visualizar socialmente. Tanto para el agresor como para la
víctima puede confundirse en formas particulares de relacionamiento familiar y social. Esto hace
muy difícil la modificación de esta manera de vinculación.
Debido a que es muy difícil de diagnosticar, cuando los niños (as) llegan a la adolescencia
aparecen síntomas más visibles (fugarse de casa,
autoagresión
, dificultades de socialización,
dificultades con los límites y normas, etcétera) y es en ese momento que se puede generar un
proceso de transformación.
En contra de la opinión más popularizada, el daño ocasionado por el maltrato psicológico puede
llegar a ser más grave que el del maltrato físico. La
sutileza
de este tipo de violencia dificulta a la
víctima comprender la situación. Esta se ve envuelta en una dinámica de deterioro de su autoestima
y afectación de su personalidad tolerada y encubierta en la “intimidad” del hogar. La dificultad de
objetivar esta situación hace muy difícil el pedido de ayuda (ya sea por parte del agresor como por
parte de la víctima) y la elaboración de las situaciones vividas.
Andrés Escobar
et al.
, (2000),
Manual de conceptos básicos
sobre violencia familiar en adolescentes,
pp. 10-11.
La exposición a situaciones de violencia desde edades tempranas —en muchos casos desde la
concepción— genera efectos profundos, duraderos y de difícil reversibilidad, que hacen
eclosión
en
la adolescencia al potenciarse con los efectos de la crisis propia de la edad. Dando como consecuencias:
sentimientos de culpa, vergüenza, y miedo; disminución en el rendimiento escolar; trastornos de conducta;
reproducción de modelos de conducta violentos; aislamiento social, dificultad para elaborar un proyecto de
vida.