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¿Escribían palabras de Caramelo,
como “agua de cristal”, como “faroli-
tos de hielo”?
La maestra de Kori se llamaba Fati-
metu. Dientes contra labios, Boca abierta,
Dientes apretados, Labios estirados, La-
bios pegados, Labios apretados con un
agujerito en el centro: Fa-ti-me-tu.
Fatimetu era buena. Acariciaba
siempre a Kori como Kori acariciaba a
Caramelo. Le enseñaba a atarse los za-
patos y a dibujar. ¿Le enseñaría a escribir,
también? Quería escribir las palabras
hermosas que Caramelo le decía por las
tardes.
Una mañana, agarró a Fatimetu por
la manga y señaló con el dedo el pizarrón,
el cuaderno de otro niño, el bolígrafo.
Fatimetu le entendió; sabía que quería
aprender a escribir y a leer. Pero ¿cómo
enseñarle a él, un niño sordomudo?
Le acarició el pelo, formó en su
boca una sonrisa triste y dijo que no con
la cabeza.
Kori lloró toda la mañana, toda la
tarde, toda la noche.
Cuando llegó de nuevo a la escuela,
se sentó en su pupitre, hundió la cabeza
entre los brazos y no quiso hacer nada.
Tampoco en casa. Comió sin ganas y al
acabar corrió a los corrales con un pu-
ñado de hierba bajo su camisa, y estuvo
toda la tarde junto a Caramelo.
El camello le hablaba de las vastas
praderas que había más allá de la arena
y las piedras, pero Kori no podía escribir
“ríos frescos”, ni “mares de hierba”.
¡Era injusto que no pudiera escribir
las palabras de Caramelo!
Y por la noche, en la
jaima
, ni si-
quiera quiso cenar, no quiso tampoco