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Se levantaron de sus pupitres y sa-
lieron corriendo al patio de la escuela.
La maestra no podía ir con ellos, pero se
dijo que a los niños no les pasaría nada,
porque eran inocentes. No sabían que
ofendían a Dios, y Dios no podía eno-
jarse con ellos.
Kori también salió al patio y vio el
sol velado, una mancha oscura en medio
del cielo. Pensó en Caramelo. Siempre
que le pasaba algo extraordinario pensa-
ba en Caramelo, su pequeño camello, su
amigo. ¿Era malo aquello que ocurría
en el cielo? ¿Se apagaba el sol? Y si se
apagaba el sol, ¿se acababa la vida?
Salió del patio y echó a correr ha-
cia los corrales, llorando. Caramelo y su
madre, la gran camella, estaban también
inquietos. Kori se acercó a Caramelo,
y éste se acercó a él. Lamió su mano y
habló, en aquel lenguaje mudo que sólo
Kori entendía.
Kori señaló el sol oscuro con los ojos
llenos de angustia, y Caramelo miró tam-
bién. Los dos se quedaron contemplando
el eclipse un buen rato. Pero Carame-
lo pareció calmarse. Eso tranquilizó al
niño. Luego, Caramelo miró a Kori, y
Kori a Caramelo.
Caramelo volvió a su incansable ru-
miar, y Kori leyó en sus labios.
Asintió con la cabeza, con entusiasmo,
y volvió a mirar el sol, oculto tras la luna.
“Sí —se dijo—, eso es”. Y acarició a
Caramelo, sonriendo, mientras éste le
lamía la mano.
Cuando el sol comenzó a renacer tras
el velo de la luna, Kori se despidió de su
amigo y volvió, a la carrera, a la escue-
la. Fatimetu le preguntó con las manos
dónde había estado. Kori se encogió de
hombros y sonrió, como hacía cuando no
quería dar demasiadas explicaciones. Se
sentó y se puso a escribir en su cuaderno.
E ²Í³ ²´ ´µ I¶·´ ²´ ·O , varios meses más tarde, Kori lo-
gró escribir su primera frase. Ese día, los buenos creyentes se
ocultaron en las
jaimas
, en los hospitales, en las escuelas y
en las casitas de adobe porque Alá no quería que vieran el sol
oculto por la luna. No estaba bien.
Kori había ido a la escuela, como cada día; se dio cuenta
de que la luz disminuía poco a poco, al otro lado de las venta-
nas. La maestra miraba de reojo hacía el cuadradito de cielo
que se podía ver desde la clase. Luego, se hizo casi de noche
en mitad del día, y los niños se alteraron.