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—¿Cómo son esos elefantes? Quizá
yo los conozco por otro nombre…
—Los de la trompa larga —describió
Madú, haciendo torpes ademanes de
elefante.
—¡Ah!, ¿los que comen hormigas?
—dijo Itzá.
—¡No hombre!, qué hormigas van a
comer. Jamás llenarían sus corpachones
de hormigas. Si son como montañas
con patas.
—Como montañas y con trompa
larga… —reflexionó Itzá.
—Pues no. Nunca los he visto.
—¿Has visto a los rinocerontes? —consultó Madú.
—A los rinocerontes…, a los rinocerontes —cavilaba Itzá.
—¿Son unos chiquitos parecidos a escarabajos?
—¡Por supuesto que no! —exclamó Madú, prorrum-
piendo en carcajadas—. ¿Los rinocerontes chiquitos?, ¡qué
ocurrencia!
—¡Pues tampoco traigo en mi barca rinocerontes! —dijo
Itzá, que empezaba a sentirse molesto por la risa de su com-
pañero—. Yo traigo vicuñas, panteras…
—¿Traes qué? —inquirió Madú.
—Vicuñas, panteras, armadillos —enumeró Itzá orgullo-
so—. ¿Los conoces?
—Pues no. No los conozco —declaró Madú, mientras en
su rostro se desdibujaba la sonrisa.
—¡Ahora entiendo! —gritó Itzá—. Tú traes animales dis-
tintos de los míos. Traes los que hay por tu tierra. ¿Puedo subir
a tu barca para conocerlos?
—¡Por supuesto! —exclamó Madú entusiasmado—. Ven
ahora mismo.