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Esa noche Itzá reunió a su familia para
hablarles de las maravillas que había visto.
Estaba muy emocionado. Gesticulaba y
hacía visajes imposibles para explicar la
naturaleza de los seres que había conocido.
Sintió que perdía la paciencia pues no te-
nía palabras suficientes para describirlos,
así que, como el pangolín, lloró. Como la
jirafa, estiró el cuello; como el reptil, se arras-
tró por el suelo, y como el camello, abrió
los ojos con tristeza.
—Mañana, después de que Madú co-
nozca nuestros animales, le pediré que nos
deje ir a su barca. Los verán con sus pro-
pios ojos —dijo a la familia cuando sintió
que no podía explicar más y apaciblemente
se fue quedando dormido.
Esa noche, en la barca de Itzá cada uno
soñó con los animales de Madú a su modo,
confundiendo las explicaciones. Las jirafas
tuvieron trompa; los camellos, cuello largo,
y los rinocerontes, rayas blancas y negras.
Nueve
Al día siguiente, con el mismo asombro, Madú descubrió la
fauna de Itzá. Infatigablemente preguntaba sobre los hábitos
y costumbres de los animales.
Los abuelos estaban absortos en su plática cuando escu-
charon el estruendo sordo, similar al que hubiera producido
un objeto grande y pesado al chocar contra la barca de Itzá.
—¿Qué fue eso? —preguntó Madú.