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Doce
Ya era el atardecer. Los tres abuelos se despedían en la cubierta
del barco de ltzá para irse a pasar la noche cada uno con su
familia, cuando vieron venir a lo lejos una barca más. Sobre
las olas, rítmicamente, se alzaba aquella embarcación cons-
truida con brillantes y hermosos maderos.
En la cubierta del barco, un viejo de largas barbas blancas
se sostenía con una mano de un madero, mientras que, con
la otra, se cubría del sol tratando de mirar a la distancia.
Un letrero sobre la proa del barco anunciaba orgullosamente:
“Arca de Noé”.
Al acercarse a la embarcación de Itzá, el viejo de barbas
blancas suspiró consternado.
—Esto sí que no me lo esperaba —dijo—. Mi Señor…
—Que Todo lo Sabe —corearon a un tiempo Madú, ltzá
y Eke—, me ordenó construir una barca…
—¿Y ustedes cómo lo saben? —interrumpió el viejo.
—Porque lo mismo nos ordenaron nuestros Señores
—respondió Madú alzando los hombros con un gesto de
impaciencia.
—Pero el mío no me dijo que me encontraría con ustedes
—replica el viejo—. Yo tengo escritas sus palabras. Las escribí
inmediatamente después de hablar con Él y les aseguro que a
ustedes no los mencionó.