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—Aunque no lo hayamos escrito, tampoco nosotros sabía-
mos nada de esto —dijo Itzá en tono tranquilizador, y agregó—,
¿quién eres tú?
—Me llamo Noé —dijo el viejo—. ¿Y ustedes también traen
a su familia y a los animales en sus arcas?
—También —dijo Madú que, cansado, empezaba a pararse
en un pie y otro con inquietud.
—¡Vaya pues! Esto tendré que escribirlo algún día —sus-
piró Noé.
—¿Y para qué lo escribes? —preguntó Itzá.
—No lo sé muy bien. Tengo la manía de escribir algunas
de las cosas que me pasan, quizá porque me interesa que lo
sepan mis descendientes.
—¿De dónde vienes? —inquirió Madú.
—De la región de los bosques.
—¿Y qué animales trae usted? —preguntó Eke con distinción.
—Osos pardos, visones, castores, martas, pájaros carpin-
teros, alces, topos, búhos… —enumeraba Noé cuando fue
interrumpido bruscamente por Madú.
—Mejor no nos lo platiques. De nada nos sirve si no los
vemos.
—Mañana mismo, en cuanto salga el sol, los invito a
conocerlos —dijo Noé.