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Así pues, la Gata se fue a vivir con
el Elefante. Trepaba a su lomo y se
acomodaba ronroneando en su cuello,
justo entre las orejas.
Vivieron juntos muy felices hasta que
un día, cuando paseaban entre las altas
cañas de la margen del río,
¡pa-wa!, se
oyó una fuerte detonación y el Elefante
se desplomó en la tierra.
Al mirar a su alrededor, la Gata sólo
alcanzó a ver a un hombrecillo con una
escopeta.
—¡Vaya! —dijo la Gata—. Ahora veo
que la criatura más espléndida de la
selva no es el Elefante, sino el Hombre.