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Y aunque el clarín no lo sabía, tenía otra alumna
dedicada y estudiosa: la xkokolché. Escondida en la
cocina, cada clase estaba atenta a las explicaciones
del maestro y después repetía la lección. Así olvidaba
su soledad.
Muy pronto la xkokolché llegó
a cantar aún más bonito que el
clarín, a diferencia de la presumida
chacdzidzib, cuya voz era ronca y
desafinada. El maestro se cansó de
tratar de enseñarle a una alumna tan
floja, así que renunció a darle clase.
A la chacdzidzib eso no le importó
mucho, pues se entretuvo con otro
capricho. Pero a la xkokolchÉ se le
acabó su Único entretenimiento. Para
consolarse, inventaba una canción
todas las noches. Nadie sabía de
dónde venía ese canto, pero, al oírlo,
todos los animales se quedaban
en silencio y escuchaban.