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El reducido control que los españoles tenían sobre la 
población en los alrededores de Bacalar dio lugar a que 
este territorio se convirtiera en un refugio de los mayas 
que huían de las encomiendas ubicadas en las cercanías de 
Mérida, Campeche y Valladolid. El gobierno virreinal y las 
autoridades de la Iglesia se preocuparon porque en este 
lugar los nativos quedaban en libertad para continuar 
con la adoración de sus antiguos dioses.
De hecho, en 1605, en la municipalidad de Bacalar había 
un pueblo cuyos habitantes aún hacían ceremonias a sus 
antiguos dioses. El obispo Diego Vázquez informó que 
los mayas se juntaron en la casa del cacique para hacer 
sus ceremonias y que el día de la resurrección de Cristo 
los pobladores sacaron las esculturas de sus dioses en 
procesión. 
Una situación similar se presentó en Cozumel. Durante la 
etapa prehispánica la isla era un santuario al que acudían 
mayas de lugares lejanos como Tabasco, Xicalango, 
Champotón y Campeche, con el fin de adorar a la diosa 
Ixchel. Había un anciano que llamaban 
ahk’in
(sacerdote), 
encargado de hablar con la escultura que representaba a su 
dios y de transmitir la respuesta a los demás mayas. Aun 
después de la Conquista, hubo un tiempo en que continuaron 
visitando la isla para celebrar el culto a Ixchel. Esto era 
posible porque la pobreza de las encomiendas de Cozumel 
impedía sostener a un cura, ya que los religiosos católicos 
tenían miedo de realizar la peligrosa travesía de la costa a 
la isla, pues varias personas se habían ahogado como fue el 
caso del cura Francisco de Aguirre.
Ser sobrenatural relacionado con  
la muerte. 
En Bacalar y Cozumel los habitantes mayas adoraban a sus antiguos dioses.