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La compañía El Cuyo contaba con una casa principal para 
el alojamiento de los empleados y la instalación de las 
oficinas administrativas, con 16 grandes salones y una 
pequeña iglesia. Los habitantes también podían asistir a los 
actos religiosos, así como celebrar ceremonias de bautismo 
y casamiento. Para atender las múltiples enfermedades del 
trópico, la compañía construyó un hospital con capacidad 
para 20 camas, que era atendido por un médico y cuatro 
o seis enfermeras. Este servicio era gratuito para los 
trabajadores y sus familias. 
El progreso también se manifestó en la Compañía 
Colonizadora mediante el uso de la vía de ferrocarril 
portátil, tipo 
decauville
, utilizado para transportar el palo 
de tinte desde el monte hasta la playa. Los habitantes de 
la costa oriental también salieron del aislamiento en que 
estaban por la falta de comunicaciones marítimas, gracias 
al servicio de transporte que daba el barco de vapor 
Ibero 
en los diferentes puertos de esta costa.
Los habitantes de las empresas forestales dedicaban parte 
de su tiempo a sembrar maíz y frijol, mientras que otros 
se especializaban en labores de herrería y carpintería, 
para lo cual había talleres equipados con herramientas. 
La introducción de tecnología en el campo hizo que 
además de agricultores hubiera mecánicos especializados 
en la reparación de las máquinas.
Mientras, la guerra había alterado por completo la vida 
cotidiana de los mayas y su organización social. Como 
contaban con la Cruz Parlante que les ordenaba cuándo 
y cómo atacar a los yucatecos, necesitaban a alguien 
que se encargara de que los mandatos de la cruz se 
cumplieran. Ésa era la función del Nohoch Tata (
tatich
o 
patrón de la cruz), encargado del poder político, religioso 
y militar, quien compartía el gobierno con el Tata Polín, 
responsable de interpretar y difundir al pueblo los 
mensajes de la Cruz Parlante; existía además el Órgano 
de la Divina Palabra, autor de la voz de la Cruz.
Luego seguía el Tata Chikiuc, general de máximo rango que 
tenía bajo sus órdenes a militares de menor graduación, 
como los generales y los comandantes de las compañías, 
también llamadas guardias. A su vez, las compañías estaban 
integradas por unos 150 hombres cada una. 
Ayuntamiento de Santa Cruz  
de Bravo.
General Ignacio Bravo, al centro.