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Libro para el Maestro
que se conoce como identidad de género, que es la con-
fluencia entre el aspecto físico y el factor psicológico. El 
niño se identifica como hombre o como mujer, y empieza a 
estructurar sus experiencias dependiendo del género al que 
pertenece [Bustos Romero 1994]. En la identificación sexual 
intervienen tanto la autocatalogación, como la determina-
ción que hacen los demás de nosotros mismos 
[Katchadourian 1979]; en otras palabras, quienes nos 
rodean consideran que pertenecemos a un sexo y nosotros 
nos consideremos parte de él. En un principio, la diferencia-
ción se basa en cuestiones como la ropa, los accesorios u 
otros aspectos externos. Cerca de los cuatro años, el sentido 
de pertenencia de género queda bien establecido y se 
fundamenta en cuestiones tanto biológicas como sociales. 
Una vez que el niño o la niña ha identificado la existencia 
de dos géneros, confirma el papel que le corresponde a 
partir de su sexo y empieza a adoptar las conductas y 
actitudes correspondientes [Corona Vargas 1994].
Desde los primeros momentos de la vida se da una educa-
ción distinta a hombres y a mujeres. Varias características 
psicológicas, culturales y sociales se asocian al desarrollo de 
la sexualidad, las cuales, más allá de las características 
físicas que determinan lo que se es (hombre o mujer), tienen 
que ver con lo que se espera de uno como tal y la acepta-
ción e identificación que cada quien tiene con ser hombre o 
mujer. Esto determina en gran medida las habilidades, los 
intereses, las actividades y las expectativas diferentes que 
en muchas sociedades se tienen acerca de las personas 
según su sexo. Esas diferencias, lo que se considera social-
mente femenino o masculino, lo que corresponde a un 
hombre o a una mujer, constituyen el género [Bustos 
Romero 1994].
A partir del trato y las expectativas distintas para cada sexo, 
de lo que culturalmente y mediante la socialización se 
aprende, se crean estereotipos acerca de las características 
que se presuponen propias de uno o de otro sexo y se crean 
los roles de género, es decir, las conductas y actitudes que 
socialmente se espera que tengan una mujer y un hombre; 
nos identificamos con esas funciones y las adoptamos en 
mayor o menor medida.
Si se analiza a los hombres y a las mujeres de una misma 
sociedad se encontrarán diferencias entre ambos sexos en la 
manera de actuar, de pensar, de sentir, de expresarse y en 
las actividades que realizan. Se ha llegado a pensar, e 
incluso a dar por sentado, que estas diferencias son inheren-
tes al sexo y que se nace con ellas. Sin embargo, en la 
mayoría de los casos, estas diferencias son aprendidas, y 
son producto de una cultura. Esto es tan así que las funcio-
nes y actividades que en una cultura se consideran masculi-
nas, en otras son femeninas. Los conceptos de lo masculino 
y lo femenino hacen referencia a los caracteres biológicos, 
pero no están totalmente determinados por ellos. Varían de 
una cultura a otra y según el momento histórico: no son ni 
universales ni estáticos [Cazés 1994]. Simone de Beauvoir 
[1981] sostiene que uno se hace hombre o mujer. Marqués 
también concuerda con esta idea [1980] al decir que los 
niños y las niñas se fabrican. Y en gran parte es cierto, pues 
si fueran tan naturales las diferencias entre ambos sexos no 
se pondría tanto énfasis en reforzar en los hombres las 
conductas consideradas masculinas (como ser fuerte) y en 
desalentar las femeninas, insistiendo, por ejemplo, en que 
los niños no lloran. Lo mismo se hace con las mujeres, en 
quienes se trata de reforzar la ternura y eliminar la rudeza.
Además de acentuar y fomentar ciertas diferencias entre 
hombres y mujeres, se tiende a valorar más algunas caracte-
rísticas que otras. Generalmente lo que más se valora es lo 
correspondiente a lo masculino o lo catalogado como tal, 
porque así se ha hecho a lo largo de la historia.
Relacionamos lo masculino con el hombre y al hombre con 
la posesión de un pene. El pene se ha transformado en falo -
símbolo de poder y fuerza-, y ha adquirido un valor mucho 
más allá de su función biológica. Por eso, como dice 
Marqués [1980], no es el hecho de tener un pene lo que da