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BLOQUE
II
A continuación te contaremos la leyenda del  
origen de estos dos volcanes tan contemplados  
por los habitantes de Puebla.
Nezahualpilli, rey de Texcoco de 
1473 a 1515. 
Códice Ixtlilxóchitl.
Tonatiuh, el dios Sol, vivía con su familia en el 
cielo 13, donde no se conocía la oscuridad ni 
la angustia. El hijo de Tonatiuh era el príncipe 
Izcozauhqui, a quien le encantaban los jardines. 
Un día, el príncipe escuchó acerca de los 
maravillosos jardines del señor Tonacatecuhtli 
y quiso ir a visitarlos. Paseando entre las más 
raras y abundantes plantas, Izcozauhqui llegó 
a una laguna. Ahí vislumbró a una mujer que 
parecía salir de entre las aguas. El príncipe cayó 
inmediatamente enamorado, al igual que ella de 
él. Juntos recorrieron muchos jardines y muchos 
cielos, lo cual llenaba de alegría a los dioses. No 
obstante, la única condición que los dioses habían 
dado a los enamorados para que pudieran seguir 
gozando de su dicha era que el príncipe y la 
hermosa mujer no fueran más allá 
de los 13 cielos. 
Pero resultó que la pareja tenía 
curiosidad 
de ver lo 
que existía debajo de los cielos, en la
tierra, donde 
la vida era muy diferente. En la tierra, el sol no 
brillaba todo el día y existía la noche. En la tierra 
los colores, las texturas, los animales y los sonidos 
eran más variados que en todos los cielos juntos. 
Atraídos por las curiosidades de la tierra, los 
príncipes decidieron quedarse a vivir en ella para 
siempre. Los dioses, furiosos por la desobediencia, 
castigaron a la princesa haciéndola caer enferma. 
Izcozauhqui, desesperado, intentó ayudarla, pero 
sus esfuerzos fueron 
vanos
: su amada sabía que 
moriría por órdenes de Tonatiuh. La princesa, 
convencida de su destino, pidió al príncipe que la 
llevara a lo más alto de una montaña; ahí, junto 
a las nubes, ella estaría más cerca de su amado 
cuando éste regresara al lado de su padre, en 
el cielo 13. La princesa murió al poco tiempo y 
quedó quieta y blanca como la nieve. Izcozauhqui 
la tomó en brazos y caminó días y noches hasta 
llegar a lo alto de un monte. Ahí la veló a la 
luz de unas antorchas humeantes. Izcozauhqui 
no se movía, estuvo quieto, y así, inclinado 
hacia el cuerpo de su amada, con una antorcha 
humeante, murió. La princesa se convirtió en 
el Iztaccíhuatl o ‘Mujer dormida’, y él en el 
Popocatépetl o ‘cerro que humea’. Los hombres 
celebran esta historia como el símbolo del amor 
que desafió a los dioses por cariño a la tierra. 
Desde entonces, el Iztaccíhuatl y el Popocatépetl 
cuidan por siempre el Valle de México.
Fuente: Versión libre de los autores.