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Esta forma de conservar y comer tunas representaba un uso más 
completo de estos frutos del desierto. No sólo se aprovechaban las 
proteínas de las semillas, sino que también constituía el desarrollo 
de un método que combina conocimientos y procedimientos para 
obtener un resultado. De manera similar, los habitantes del norte 
prehispánico sabían aprovechar como alimento las vainas del 
mezquite o los tubérculos.
Además, sabían obtener fibras de las plantas del desierto para 
confeccionar diversas prendas, como capas, taparrabos, costales, 
morrales, canastos, cestas y bandas para sujetar el pelo. Incluso con 
esas fibras tejían cestas apretadas para llenarlas de agua y usarlas 
como ollas donde preparaban potajes y cocidos. Para ello, primero 
calentaban piedras en una fogata hasta que casi parecían arder; 
entonces las echaban al agua poco a poco hasta que ésta hervía y 
de ese modo cocinaban.
Cada estilo de vida hace que la gente le dé importancia a ciertos 
aspectos, que establezca reglas y decida cómo relacionarse con los 
demás. Las formas de vida también influyen en lo que imaginamos 
y pensamos, y todo configura una visión del mundo, una manera de 
entender las cosas y de aprovecharlas. Así, hay que pensar en el 
nomadismo y en el sedentarismo como formas de vida ligadas a 
una visión del mundo.
Con la finalidad de aprovechar al máximo los 
recursos del medio, los antiguos pobladores 
aprendieron a darles diferentes usos. Por 
ejemplo, los nómadas del norte comían tunas 
frescas para obtener carbohidratos y agua, 
pero también las ponían a secar al sol para 
poder transportarlas en grandes cantidades, 
al igual que el mezquite.
Cuando llegaban a un manantial molían las 
tunas para obtener una harina que 
mezclaban con agua y hacían una especie de 
pan que ponían a secar. Ya secas, guardaban 
estas piezas hasta por un año. Para comerlas, 
las remojaban y las ponían a cocer entre las 
brasas.
La vida cotidiana de los primeros habitantes de mi entidad